Estaba cabreada, muy cabreada con todo, con el mundo, con su familia, con su trabajo. Se sentía asqueada. Había sido un mes muy largo, con mucho trabajo y numerosos problemas.
Para dar mayor énfasis a su malestar Rudolf, el padre de su mejor amiga Alice, estaba llegando a su fin. Era un hombre joven, apenas había cumplido los 62 años y estaba recién jubilado. Alice había heredado su esbeltez y sus ojos verdes. Era un señor encantador, a Ruth le gustaba verlo con su nieto, el sobrino de Alice, dando paseos o jugando con él en el parque. Era maravilloso verlo dando todo por su nieto.
Se quedaría con aquella imagen. Siempre había sentido debilidad por él. Cuando los padres de Ruth se marcharon, Rudolf se convirtió en su padre postizo.
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Mientras se llenaba la bañera con agua muy caliente, buscó un CD de música relajante, que introdujo, con la intención de apaciguar un poco los ánimos tan encrespados que tenía. Cogió dos velas; siempre a mano, para esos escasos baños de ensueño que solía darse cuando vivía sola, pero, ¡no podía utilizarlas! ¡Mierda! No tenía cerillas, y el mechero había desaparecido. Normal, solamente se usaba en los cumpleaños, Navidad y en esas extrañas ocasiones en las que quería sentirse un poco mejor, aunque, en días como el de hoy, sabía que no lo iba a conseguir. Así que sin más demora, se olvidó de las velas.
En el agua, echó sales de baño con olor a jazmín, y unas bolas de efervescencia. Sumergió primero un pie, poco a poco llegó hasta la rodilla. El agua quemaba mucho, pero, suavemente, fue adentrando la otra pierna. Abrasaba y sentía un poco de dolor; no entendía por qué el dolor que estaba soportando, era tan reconfortante. Era una extraña sensación aquella. Sumergió todo el cuerpo dentro de aquel líquido tan caliente, cerró los ojos y se dejó llevar por aquella música desestresante. Debería tener cuidado porque en alguna ocasión el agua caliente le había bajado la tensión.
Aquel CD se lo habían regalado en un cumpleaños hacía unos pocos años. Muy de vez en cuando, en momentos de mucho agobio, echaba mano de él y lo usaba para evadirse de todo lo que le rodeaba. Había leído que esa música aumentaba la hormona de la felicidad, así que esperaba que al menos se le pasara el mal humor.
Hundió la cabeza hasta el fondo de la bañera y sintió un gran placer, algo muy excitante. De repente, notó como un pellizquito que le hizo sentirse extrañamente bien. Ganas de vivir. Esa sensación era similar a la que sentía cuando se tomaba un café cargado en un bar. Era como si la adrenalina fluyera por los poros de su piel y le hiciera hablar y hablar y le impregnara unas desproporcionadas ganas de hacer cosas. Y las solía hacer.
En una ocasión, una tarde, después de un largo y duro día de trabajo, fue con Helen a tomar algo. Pidió un descafeinado y la camarera se equivocó, pero no reconoció haberse confundido. A los diez minutos de haber tomado aquel dichoso café, sintió un subidón de adrenalina que le hizo estar activa durante unas cuantas horas más. Aquella noche aprovechó el insomnio para diseñar, y surgió una preciosa colección de niña. Era una colección rica en tejidos y colores, divertida, vistosa y sutil. Le hizo ganar aquel increíble premio.
Necesitaba algo nuevo, sentirse distinta, sentir que era otra persona. Cansada de buscar con los ojos cerrados, era hora de abrirlos definitivamente, aunque sabía que le costaría.
En casa, aunque era feliz, con su gran familia, a veces, nadie le veía más que para sus propios intereses, olvidándose de ella y de sus necesidades. Lo más recurrente era pedirla a ella, que les dijera dónde estaba una cosa o cómo se hacía otra. Siempre les sacaba las castañas del fuego. Quizá, era un poco exagerada, siempre que estaba tan enfadada tenía unos pensamientos muy ridículos de los que luego se sentía culpable. El estrés la machacaba y salía lo peor de sí misma. A veces no se gustaba nada. Cuando llegaba a casa se sentía tan cansada que se enfadaba enseguida. Daba la sensación de que esperaban su llegada para pedir, muchas veces con exigencia, cualquier cosa… Esa necesidad le sacaba de sus casillas. Se ponía muy furiosa y su mal carácter, salía a relucir.
Adoraba a su familia, a todos y cada uno. Se dejaba la piel por ellos. Pero si bien era cierto, estaba cansada de saber dónde estaba todo, cómo se hacía esto y aquello, agotada de resolver los problemas cotidianos y de mandar a estudiar a sus hijos. Sabía que era necesario, pero su papel de madre, la tenía absorbida totalmente.
Y luego estaba él. Tenía que cambiar. Era maravilloso, los quería a los cuatro con locura, pero delegaba todo en su mujer y no hablaba. No se enfadaba. Decía que ella lo hacía mejor, pero eso, no era suficiente excusa. No podía ser tan tranquilo y tenía que empezar a desarrollar su capacidad de decisión. Debía involucrarse más en su responsabilidad como padre. No podía dejar todo sobre sus hombros. Era un hombre que en su trabajo lo daba todo, pero en casa era muy despistado. Nunca sabía, ni recordaba nada, no tenía ambición, no quería ser, ni tener más… Se conformaba con lo que tenían y con lo que la vida le había dado.
Sin embargo, ella era todo lo contrario. Quería más y lo quería, ya. Era muy exigente y a menudo, egoísta. Sabía y conocía qué era lo que anhelaba. Necesitaba ser necesitada pero también sentir que la querían sin egoísmo, sin condiciones. A veces, se sentía ahogada. Demasiado mal para poder pararse a meditar y conocer cómo se sentía. Tenía vida propia y valía la pena, pero a veces la vorágine de su vida, y la de su familia le hacían olvidar aquello.
Empezó a pensar.
Con el agua al cuello, decidió cambiar su vida. Esas ganas de vivir no las podía dejar escapar por el desagüe de la bañera. Era hora de poner las cosas donde tenían que estar. ¡En su sitio! ¡Ya estaba tardando!
Salió después de un buen lapso de tiempo, de su relajante y a su vez estimulante baño, con nuevo ánimo. Lo que vendría después sería otra historia. Ya se las apañaría para solventar lo que el tiempo y la vida conllevara. Ahora era ella la que contaba. Estaba sola y, por lo tanto, era su momento.
Ruth tenía una larga melena de pelo rizado. Últimamente lo sentía muy encrespado. Un asco de pelo. Desde hacía tres o cuatro meses lo tenía muy débil y se le caía mucho. Tantas preocupaciones le iban a dejar calva. A veces, bromeaba con Alice sobre peluquines y pelucas. Hacía bastante que no iba a la peluquería. No tenía tiempo. Ir, suponía perder dos horas de su precioso tiempo, y además odiaba que le anduvieran en el pelo. Así que como siempre, se peinaría ella. La plancha las usaba poco para no estropearlo en exceso, mas, decidió que, hoy era un día especial. Eso le daría un nuevo aire y, a decir verdad, también la relajaría, a pesar de tardar un buen rato; necesitaba un cambio de look.
Estando con la plancha en la mano, recordó a una vieja amiga a la que hacía mucho tiempo no veía. Estaba soltera y por tanto, tenía más tiempo libre que todas sus amigas, con hijos o maridos a los que cuidar o con los que compartir el tiempo… Era sábado y le apetecía irse a dar una vuelta, pero necesitaba quedar con alguien. Decidió llamarle para ver si quería salir a tomar algo. Cogió el móvil, en manos libres, algo muy recurrente. Allison estaba fuera pasando el fin de semana, ocupada con un nuevo novio que se acababa de echar. ¡Mierda! Últimamente todo le salía rana.
Otro amigo la tenía un tanto enfadada. Y que luego dijera, ella misma, que los amigos masculinos, sí, existían. Se había comportado un poco raro. Sus conversaciones mediante whatsapp eran un pelín salidas de tono. Había sido su cumpleaños y le había felicitado pero ni tan siquiera le había contestado a ese último mensaje que le había mandado; la gente, últimamente, no se molestaba en contestar, ni a los mensajes de whatsapp. Era un viejo amigo. Él hacía tiempo había bebido los vientos por Ruth; vamos, que le había tirado los trastos mientras ella y Tommy todavía eran novios. La historia que no pudo ser, se convirtió en una amistad sincera al menos por parte de Ruth.
Ruth tenía la sensación de que ese amigo había estado tanteando el terreno, con ella, porque desde que vivía con su novia, no había vuelto a saber de él.
¡Vaya con la gente! También por ese motivo se sentía defraudada. ¡Amigos con intereses!