El año anterior fue sensacional. Había encontrado a muchas personas del pasado, con las que había compartido muchos momentos maravillosos y que ya pensaba perdidos. Con este chico, compartió algo más que amistad, ella salía con Tommy cuando le conoció una noche de fiesta y pudo haber compartido mucho más, pero los astros no se aliaron y no hubo más que una gran amistad, que luego se diluyó en el tiempo, hasta que un día del pasado año, se lo encontró de forma casual.
Ella iba con prisas como siempre. Estaba de espaldas, oyó su nombre y miró hacia atrás. De repente, vio a su viejo amigo John. Fue como una aparición. Ese aspecto sólo podía pertenecer a él. Era increíble que después de tanto tiempo la amistad hubiera resurgido del mismo modo.
Quedaron tres o cuatro veces para tomar un café y ponerse al día. Él le habló de todos los pormenores y aventuras vividas, que no eran pocas, en aquellos años sin verse y ella hizo lo propio. Se alegró de que tuviese novia. A Ruth le daba la sensación de que tenía intereses ocultos. Creía haber sentido su interés por ella pero estaba acostumbrada a dejar las cosas claras y a estas alturas de la película, no le interesaba ni lo más mínimo como pareja.
Había pasado ya un largo año de su reencuentro y él se había ido a vivir con su chica. Ruth se alegró mucho cuando se lo contó. Para ella, la amistad, siempre había sido muy, muy importante y este hombre era de los pocos con los que había sentido esa importante llamada de la amistad. Aunque su postura actual le parecería un poco egoísta. Le mandó un mensaje; tal vez, deseando que estuviera libre para tomarse unas cervezas con ella.
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Se encontraba mal y sentía terribles ganas de llorar por todo y por nada. Ya no estaba sola en casa, su hija mayor, Katie, se había pasado toda la tarde en la biblioteca y cuando llegó, se enclaustró en su habitación, como buena adolescente y puso la música a tope. Después, se volvería a marchar, esta vez de fiesta.
Todo el mundo andaba demasiado ocupado para prestarle un mínimo de atención. Y egoístamente ella lo necesitaba. Se sintió un poco victimista, no era su intención, pero era cierto, casi siempre era ella la que se preocupaba por saber de sus amigos. Se sintió desilusionada.
Pasó el tiempo y sonó su móvil. Sintió una inmensa alegría. Era una amiga que vivía fuera del país; Tommy y ella, le habían conocido en un viaje cuando Katie y los mellizos eran muy pequeños. Estuvo hablando un buen rato con ella. También estaba en casa sola. Samantha, o Sam como ella le llamaba, se había separado de su marido hacía un tiempo y comprendía a Ruth demasiado bien. Realmente la admiraba, no sabía cómo podía con todo, con su trabajo, esa gran familia y, aparte, ser como era.
Ruth casi nunca encontraba sus cualidades, sólo sus sombras. Tenía que aprender a verse, mirarse y gustarse al menos un poquito más. En definitiva, mimarse como lo hacía siempre con los demás.
Mantuvieron una larga conversación en la que Ruth sintió cuan triste era su existencia. Trabajo, casa, casa, trabajo y a veces ambas cosas a la vez.
Cuando Ruth oyó la puerta, se despidió de Sam. Supuso que serían Tommy y la pequeña, que habían llegado, pero eso no iba a cambiar su sensación de mal estar.
Se sentía tan triste que después de dar unos amores a la pequeña Noah, se marchó de la estancia donde se encontraban. Otra vez, esas inmensas ganas de llorar.
Y, de repente, decidió irse de copas. Si no tenía con quién, se marcharía sola. Ni se planteó ir con Tommy. No sabía qué iba a hacer, ni donde iría. Se había quedado sin su coche. El que usaba Tommy resultaba demasiado grande para aparcar y sentiría mayor libertad si iba en transporte público.
Terminó de arreglarse. Se maquilló un poco, rímel, color en los pómulos y gloss en los labios. Vio en su mirada, marcadas unas ojeras perennes. Tenía mala cara. Aspecto de cansada.
Se vistió sus vaqueros rotos favoritos, aquellos que tanto le gustaban, una camiseta que habían comprado su hija Katie y ella, para usarla ambas y una americana. Se calzó sus taconazos, cogió el bolso.
Los mellizos estaban en un campamento de fin de semana. Katie se estaba duchando. Vio que la pequeña Noah, estaba ya en la cama. Era la única que realmente le necesitaba. Le dio un beso. No dijo ni tan siquiera adiós y se marchó.
Tampoco preguntaron a donde iba. ¡Puf! ¡Qué mal se sentía! Ellos nunca se preocupaban de preguntar, ni de llamarle a ver cómo o dónde estaba cuando se ausentaba después de un enfado. Y eso le quemaba por dentro. Tampoco ella les había dicho que le dolía el alma cuando no se preocupaban por ella.
Sentía miedo. En otras ocasiones se había marchado pero nunca a aquella hora y sola. Hacía ya muchísimos años que no se iba de aventura. Desde que estaba con Tommy nunca había salido sola. Cuando era soltera y sus amigas volvían a casa, ella solía quedarse con algún amigo encontrado por sorpresa. Siempre se topaba con alguien conocido, muchas veces, a Tommy y a sus colegas que seguían de fiesta.
Bajó con dificultad las escaleras del metro porque no estaba acostumbrada ya a sus maravillosas sandalias. En su día a día era, calzaba deportivas y zapato bajo. Rara vez cambiaba. Usaba tacones en contadas ocasiones para recibir a algún cliente Vip o para asistir alguna reunión de negocios importante, pero no solía utilizarlos. Aquellas sandalias de tacón de vértigo que le habían regalado por su último cumpleaños eran ideales.
No tenía ni idea de dónde ir; se acercaría al centro de la ciudad. No hacía frío así que muy nerviosa se quitó la chaqueta. Percibía como si el mundo supiera lo que fluía por su cabeza. Sentía que todos los ojos se fijaban en ella.