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Tres capítulos de Rojo Venecia



Estaba cabreada con todo, con el mundo, con su familia, con su trabajo. Se sentía asqueada. Había sido un mes muy largo, con mucho trabajo y numerosos problemas.

Para dar mayor énfasis a su malestar Rudolf, el padre de su mejor amiga Alice, estaba llegando a su fin. Era un hombre joven, apenas había cumplido los 62 años y estaba recién jubilado. Alice había heredado su esbeltez y sus ojos verdes. Era un señor encantador, a Ruth le gustaba verlo con su nieto, el sobrino de Alice, dando paseos o jugando con él en el parque. Era maravilloso verlo dando todo por aquel niño.

Se quedaría con aquella imagen. Siempre había sentido debilidad por él. Cuando los padres de Ruth se marcharon, Rudolf se convirtió en su padre postizo.

Mientras llenaba la bañera con agua muy caliente, buscó un CD que introdujo en el aparato de música con la intención de apaciguar un poco los ánimos tan encrespados que tenía. Cogió dos velas siempre a mano, pero no encontró ni las cerillas ni el mechero. Normal, se dijo, solamente se usaban en los cumpleaños, Navidad y en esas extrañas ocasiones que para sentirse mejor se relajaba con un baño. Así que, sin más demora, se olvidó de ellas.

En el agua echó sales con olor a jazmín y unas bolas de efervescencia. Sumergió primero un pie, poco a poco llegó hasta la rodilla. Quemaba mucho, pero, suavemente, fue adentrando la otra pierna. Abrasaba y sentía un poco de dolor; no entendía por qué el dolor que estaba soportando era tan reconfortante. Era una extraña sensación. Sumergió todo el cuerpo dentro de aquel líquido tan caliente, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Debería tener cuidado porque en alguna ocasión esa temperatura le había bajado la tensión.

Aquel CD se lo habían regalado en un cumpleaños hacía unos pocos años. Muy de vez en cuando, en momentos de mucho agobio, echaba mano de él y lo usaba para evadirse de todo lo que le rodeaba. Había leído que esa música aumentaba la hormona de la felicidad, así que esperaba que al menos se le pasara el mal humor.

Hundió la cabeza hasta el fondo y sintió un gran placer, algo muy excitante. De repente, notó como un pellizquito que le hizo sentirse extrañamente bien, tan bien como cuando se tomaba un café cargado en un bar. Era como si la adrenalina fluyera por los poros de su piel y le inyectara ganas de vivir, de hablar sin descanso y hacer cosas. Hacer cosas sin parar.

En una ocasión, una tarde, después de un largo y duro día de trabajo, fue con Helen a tomar algo. Pidió un descafeinado, pero la camarera se equivocó y diez minutos de haberse tomado aquel dichoso café sintió un subidón de adrenalina que le hizo estar activa durante unas cuantas horas más. El error de la camarera provocó que se pasara la noche diseñando una preciosa colección de niña, rica en tejidos y colores, divertida, vistosa y sutil. Le hizo ganar aquel increíble premio.

No sabía qué era lo que había provocado dicha reflexión, mas necesitaba algo diferente, sentirse distinta, sentir que era otra persona. Cansada de buscar con los ojos cerrados, era hora de abrirlos definitivamente, aunque sabía que le costaría.

En casa, era feliz, con su bella familia. Tenía la sensación de que era ella la que sabía dónde estaba una cosa o cómo se hacía otra. Tommy se desentendía.

Daba la sensación, que lo que les movía en casa eran sus propios intereses, no se preocupaban por los demás. Cada uno andaba a su bola. Siempre que estaba tan enfadada tenía unos pensamientos muy ridículos de los que luego se sentía culpable. El estrés la machacaba y hacía que le saliera lo peor de sí misma. En esas ocasiones no se gustaba nada. Cuando llegaba a casa se sentía tan cansada que se enfadaba enseguida. Daba la sensación de que esperaban su llegada para pedir, muchas veces con exigencia, cualquier cosa. Esa necesidad le sacaba de sus casillas. Se ponía muy furiosa y su mal carácter, salía a relucir.

Adoraba a su familia, a todos y cada uno. Se dejaba la piel por ellos. Si bien era cierto, estaba agotada de los problemas cotidianos.

Y luego estaba él. Tenía que cambiar. Era maravilloso, los quería a los cuatro con locura, pero delegaba en su mujer y no hablaba. No se enfadaba. Decía que ella lo hacía mejor, pero eso, no era suficiente excusa. No podía ser tan pasivo. Debía involucrarse más. En su trabajo lo daba todo, pero en casa era muy despistado. Nunca sabía, ni recordaba nada. No tenía ambición, no quería ser, ni tener más… Se conformaba con lo que tenían y con lo que la vida le había dado.

Sin embargo, ella quería más y lo quería ya. Era muy exigente y a menudo, egoísta. Sabía y conocía qué era lo que anhelaba. Necesitaba ser necesitada, pero también sentir que la querían sin egoísmo, sin condiciones. A veces, se sentía ahogada. Demasiado mal para poder pararse a meditar y conocer cómo se sentía. Tenía vida propia y valía la pena, pero a veces la vorágine de su vida y la de su familia le hacían olvidar aquello.

Empezó a pensar.

Con el agua al cuello, decidió cambiar su vida. Esas ganas de vivir no las podía dejar escapar por el desagüe de la bañera. Era hora de poner las cosas donde tenían que estar. ¡Ya estaba tardando!

Salió después de un lapso, de su relajante y a la vez estimulante baño, con nuevo ánimo. Lo que vendría después sería otra historia. Ya se las apañaría para solventar lo que el tiempo y la vida conllevara. Ahora era ella la que contaba. Estaba sola y, por lo tanto, era su momento.

Ruth tenía una larga melena de pelo rizado. Últimamente lo sentía muy encrespado. Un asco de pelo. Desde hacía tres o cuatro meses lo tenía muy débil y se le caía mucho. Tantas preocupaciones le iban a dejar calva. A veces, bromeaba con Alice sobre peluquines y pelucas. Hacía bastante que no iba a la peluquería. No tenía tiempo. Ir, suponía perder dos horas de su precioso tiempo y además odiaba que le anduvieran en el pelo, pero necesitaba un cambio de imagen.

Estando con la plancha en la mano, recordó a una vieja amiga a la que hacía mucho tiempo no veía. Estaba soltera y, por tanto, tenía más tiempo libre que todas sus amigas, con hijos o maridos a los que cuidar o con los que compartir el tiempo… Era sábado y le apetecía irse a dar una vuelta, pero necesitaba quedar con alguien. Decidió llamarle para ver si quería salir a tomar algo. Cogió el móvil, en manos libres, algo muy recurrente. Allison estaba fuera pasando el fin de semana, ocupada con un nuevo novio que se acababa de echar. ¡Mierda! Últimamente todo le salía mal.

Otro amigo la tenía un tanto enfadada. Y que luego dijera, ella misma, que los amigos masculinos, sí, existían. Se había comportado un poco raro. Sus conversaciones mediante WhatsApp eran un pelín salidas de tono. Había sido su cumpleaños y le había felicitado, pero ni tan siquiera le había contestado a ese último mensaje que le había mandado; la gente, últimamente, no se molestaba en contestar, ni a los mensajes de WhatsApp. Era un viejo amigo. Él hacía tiempo había bebido los vientos por Ruth; vamos, que le había tirado los trastos mientras ella y Tommy todavía eran novios. La historia que no pudo ser se convirtió en una amistad sincera al menos por parte de Ruth.

Ruth tenía la sensación de que ese amigo había estado tanteando el terreno, con ella, porque desde que vivía con su novia, no había vuelto a saber de él. ¡Vaya con la gente! También por ese motivo se sentía defraudada. ¡Amigos con intereses!

2

El año anterior fue sensacional. Había encontrado a muchas personas del pasado, con las que había compartido momentos maravillosos y que ya pensaba perdidos. Con este chico, compartió algo más que amistad, ella salía con Tommy cuando le conoció una noche de fiesta y pudo haber compartido mucho más, pero los astros no se aliaron y no hubo más que una gran amistad, que luego se diluyó en el tiempo, hasta que un día del pasado año, se lo encontró de forma casual.

Ella iba con prisas como siempre. Estaba de espaldas, oyó su nombre y miró hacia atrás. De repente, vio a su viejo amigo John. Fue como una aparición. Ese aspecto sólo podía pertenecer a él. Era increíble que después de tanto tiempo la amistad hubiera resurgido del mismo modo.

Quedaron tres o cuatro veces para tomar un café y ponerse al día. Él le habló de todos los pormenores y aventuras vividas, que no eran pocas, en aquellos años sin verse y ella hizo lo propio. Se alegró de que tuviese novia. A Ruth le daba la sensación de que tenía intereses ocultos. Creía haber sentido su interés por ella, pero estaba acostumbrada a dejar las cosas claras y a estas alturas de la película, no le interesaba ni lo más mínimo como pareja.

Había pasado ya un largo año de su reencuentro y él se había ido a vivir con su chica. Ruth se alegró mucho cuando se lo contó. Para ella, la amistad, siempre había sido muy, muy importante y este hombre era de los pocos con los que había sentido esa importante llamada de la amistad. Aunque su postura actual le parecería un poco egoísta. Le mandó un mensaje; tal vez, deseando que estuviera libre para tomarse unas cervezas con ella.

∞∞∞∞

Se encontraba mal y sentía terribles ganas de llorar por todo y por nada. Ya no estaba sola en casa, su hija mayor, Katie, se había pasado toda la tarde en la biblioteca y cuando llegó, se enclaustró en su habitación, como buena adolescente y puso la música a tope. Después, se volvería a marchar, esta vez de fiesta.

Todo el mundo andaba demasiado ocupado para prestarle un mínimo de atención. Y egoístamente ella lo necesitaba. Se sintió un poco victimista, no era su intención, pero era cierto, casi siempre era ella la que se preocupaba por saber de sus amigos. Se sintió desilusionada.

Pasó el tiempo y sonó su móvil. Sintió una inmensa alegría. Era una amiga que vivía fuera del país; Tommy y ella, le habían conocido en un viaje cuando Katie y los mellizos eran muy pequeños. Estuvo hablando un buen rato con ella. También estaba en casa sola. Samantha, o Sam como ella le llamaba, se había separado de su marido hacía un tiempo y comprendía a Ruth demasiado bien. Realmente la admiraba, no sabía cómo podía con todo, con su trabajo, esa gran familia y, aparte, ser como era.

Ruth casi nunca encontraba sus cualidades, sólo sus sombras. Tenía que aprender a verse, mirarse y gustarse al menos un poquito más. En definitiva, mimarse como lo hacía siempre con los demás.

Mantuvieron una larga conversación en la que Ruth sintió cuan triste era su existencia. Trabajo, casa, casa, trabajo y a veces ambas cosas a la vez.

Cuando Ruth oyó la puerta, se despidió de Sam. Supuso que serían Tommy y la pequeña, que habían llegado, pero eso no iba a cambiar su sensación de mal estar.

Se sentía tan triste que después de dar unos amores a la pequeña Noah, se marchó de la estancia donde se encontraban. Otra vez, esas inmensas ganas de llorar.

Y, de repente, decidió irse de copas. Si no tenía con quién, se marcharía sola. Ni se planteó ir con Tommy. No sabía qué iba a hacer, ni donde iría. Se había quedado sin su coche. El que usaba Tommy resultaba demasiado grande para aparcar y sentiría mayor libertad si iba en transporte público.

Terminó de arreglarse. Se maquilló un poco, rímel, color en los pómulos y gloss en los labios. Vio en su mirada, marcadas unas ojeras perennes. Tenía mala cara. Aspecto de cansada.

Se vistió sus vaqueros rotos favoritos, aquellos que tanto le gustaban, una camiseta que habían comprado su hija Katie y ella, para usarla ambas y una americana. Se calzó sus taconazos, cogió el bolso.

Los mellizos estaban en un campamento de fin de semana. Katie se estaba duchando. Vio que la pequeña Noah, estaba ya en la cama. Era la única que realmente le necesitaba. Le dio un beso. No dijo ni tan siquiera adiós y se marchó.

Tampoco preguntaron a donde iba. ¡Puf! ¡Qué mal se sentía! Ellos nunca se preocupaban de preguntar, ni de llamarle a ver cómo o dónde estaba cuando se ausentaba después de un enfado. Y eso le quemaba por dentro. Tampoco ella les había dicho que le dolía el alma cuando no se preocupaban por ella.

Sentía miedo. En otras ocasiones se había marchado, pero nunca a aquella hora y sola. Hacía ya muchísimos años que no se iba de aventura. Desde que estaba con Tommy nunca había salido sola. Cuando era soltera y sus amigas volvían a casa, ella solía quedarse con algún amigo encontrado por sorpresa. Siempre se topaba con alguien conocido, muchas veces, a Tommy y a sus colegas que seguían de fiesta.

Bajó con dificultad las escaleras del metro porque no estaba acostumbrada ya a sus maravillosas sandalias. En su día a día era, calzaba deportivas y zapato bajo. Rara vez cambiaba. Usaba tacones en contadas ocasiones para recibir a algún cliente Vip o para asistir alguna reunión de negocios importante, pero no solía utilizarlos. Aquellas sandalias de tacón de vértigo que le habían regalado por su último cumpleaños eran ideales.

No tenía ni idea de dónde ir; se acercaría al centro de la ciudad. No hacía frío así que muy nerviosa se quitó la chaqueta. Percibía como si el mundo supiera lo que fluía por su cabeza. Sentía que todos los ojos se fijaban en ella.

3

Ruth abrió la puerta de aquel bar. Era grande y de madera con unos cristales decorados. Aunque no lo conocía sabía que estaba de moda.

La Tabern Cocktail Beer estaba ubicada en la zona centro, era un local en el cual había un ambiente sereno cuya decoración era espectacular; su espacio moderno aseguraba un rato único e inolvidable. Tenía una iluminación suave e indirecta. Decían que allí podías encontrar todo lo que desearas. Era vanguardista. Tenía varias zonas diferentes, entre ellas, una zona de baile y dos barras, una a la izquierda al lado de la entrada y otra al fondo. En la del fondo ofrecían una inmensa variedad de cócteles preparados por barmans profesionales, licores variados, bebidas internacionales, nacionales; la primera barra estaba especializada en cerveza; decían que los camareros eran los mejores tirando cerveza.

En una ocasión que habían cenado con la cuadrilla, iban a ir a tomar unas copas allí, pero al final no entraron.

Tras ella, entró un pequeño grupo de gente. En la barra de la entrada, había tres hombres. Se fijó en uno. Tenía algo especial, se le quedó mirando por unos segundos, pero no pensó más en ello. Se sentó en un taburete de madera que había vacío en el fondo, para no llamar mucho la atención. Recordó su soledad, en un bar, una mujer sola y sonrió.

Casualmente, dentro de la barra apareció Rachel, aquella chica que había conocido en un outlet donde solía comprarle ropa a Katie. Hacía tiempo que no la veía. Le gustó que ella estuviera allí, aunque para Ruth fue una gran sorpresa encontrarla trabajando en un bar.

Rachel la reconoció enseguida; le saludó muy amablemente. Se quedó un poco pensativa porque le pareció extraño verla que estuviera sola allí. Sin embargo, estaba acostumbrada a ver solitarios nocturnos, no le cuadraba ver a una mujer como Ruth. Así pues, se acercó y comenzó a hablar con ella. A aquella hora no había mucho trabajo.

–Hola, ¿qué haces tú aquí? Pensaba que venías con ese grupo. ¿Has quedado con alguien?

–¡¡Puf!! ¡Cuánta pregunta junta! Me has atorado…–sonrió Ruth. –Pues nada, que he venido de fiesta yo sola –dijo Ruth enfatizando el “yo sola”. –Sírveme una cerveza, por favor.

Rachel sirvió la cerveza a Ruth. La puerta del bar se volvió a abrir y entró un grupo de jóvenes.

–Ahora vuelvo. La gente joven es muy impaciente.

Rachel fue a servir a esos chicos que ya golpeaban la barra.

A Ruth, de repente, se le paró el corazón, entre la multitud, creyó ver a su hija. Se colocó tras la barra, en un lugar donde la luz era muy escasa, no obstante, se dio cuenta de que no era ella. Últimamente todas las chicas parecían clones. Ella intentaba que Katie vistiera al menos con estilo propio, pero a veces no lo conseguía.

Se paró a pensar en ello, ¿y si se encontraba con Katie o con alguien conocido? ¡¡¡Uf!!! ¿Cómo iba a salir del atolladero si se daba el caso? Tampoco estaba haciendo nada malo. Se sumió en una inquietud aplastante, mas decidió que era mayorcita para asumirlo, si se encontraba en aquella situación –“cada cosa en su momento” –se dijo. Era adulta y como tal, actuaría si fuera necesario.

Cogió el móvil para borrar de sus pensamientos, aquellas tonterías, aunque realmente sabía que era por si alguien le había enviado algún mensaje. Necesitaba sentirse querida, aunque sólo fuera por un triste mensaje. Deseaba ser importante para alguien. Había algún mensaje, pero no eran de Tommy.

Se trataba de los mellizos; necesitaban que al día siguiente los fuera a buscar a la estación de autobuses., pero no daban más explicaciones. Siempre confiaban en que su madre estaría allí, donde ellos necesitaban. –Ese era el problema, siempre estaba donde los demás necesitaban que estuviera –pensó.

De repente, notó cómo alguien se agachaba hasta la altura de su cabeza. Miró de soslayo. Era el hombre en el que se había fijado al entrar. Ruth se sobresaltó y le inquirió que, qué era lo que hacía encima de ella y sin hacerle mayor caso, volvió la vista al móvil. Él se molestó, pero no se fue. Se sentó en otro taburete pacientemente esperando a que Ruth dejara el móvil. No tenía prisa. Tenía intención de hablar con ella., pero de súbito, algo hizo que cediera en su actitud y volvió donde sus amigos.

Recordó aquellos labios rojos que se pintaba y su larga y magnífica melena rizada. Por un momento dudó que fuera ella, pero tenía que ser, ¡no podía estar equivocado! Sus amigos opinaban lo mismo. Era la morenaza de pelo rizado y de chaqueta escocesa que intentaba pasar desapercibida en la universidad y, no lo conseguía. Aquella tía sencilla y preciosa seguía igual de atractiva.

A Rachel le sorprendió que no quitaran ojo de encima a Ruth; fue donde ellos para ver que se andaban entre manos. Le parecía muy sospechoso que anduvieran cuchicheando y mirando a Ruth de reojo. Había visto a Sacha acercarse a ella y volver a su sitio. Mientras, Ruth seguía mirando el móvil, Sacha le había preguntado a Rachel sobre la mujer de los labios rojos.

–Rachel, ¿de qué conoces a esa mujer?

–Sacha… que te veo venir. Déjale en paz. La conozco y punto.

–Venga, dime algo de ella, que quiero saber…, (y puso cara de bueno).

–A ver, es una mujer que conozco desde que trabajaba en la tienda y punto, no sé de su vida y aunque supiera no te iba a decir nada. ¿Sabes que existe el secreto profesional?, ­–se rio. Todo lo que me contáis, me lo guardo y cuando salgo de aquí lo olvido de esa manera no sucumbo a los encantos de nadie…

–Ríete de mí, …, pero no me hace gracia. Te lo pregunto en serio. Creo que la conozco…

–Sacha, que no insistas, no te voy a contar nada… Si te interesa le preguntes a ella… Se está tomando tranquilamente una cerveza. Pues ya está.

Sacha quería saber más, aunque de Rachel no soltó ni una sola palabra. Ni tan siquiera le dijo que tenía una hija preciosa, que, a decir verdad, era lo poco que recordaba.

Rachel conocía más a Katie que a su madre; sabía que era un encanto de niña, era una chavala muy sencilla y natural. También sabía que Ruth era muy poco tolerante con las salidas de tono de los adolescentes y con las llamadas de atención que con la manera de vestir o del alcohol hacían éstos.

A su hija no se lo permitía y ella lo respetaba. Unas cuantas veces se había encontrado a Katie de fiesta. No iba maquillada como una puerta, no llevaba un cinturón por falda, ni un escote hasta el ombligo. Siempre iba correcta. Parecía ser una de esas chavalas con los pies en la tierra y la cabeza en los hombros. Le encantaba.

∞∞∞∞

Por otro lado, Sacha estaba contento con su vida, era serena, sin contratiempos; tenía pareja estable, un trabajo que le encantaba, unos amigos con los que contaba. Su vida era sencilla, pero de vez en cuando le apetecía algo nuevo. Encontrarse con el pibonazo de la universidad en una triste noche de amigos, … era todo un subidón. No tenía ninguna intención de liarse con nadie. No entraba en sus planes engañar a Marie.

Aunque ya no se acordaba del anterior, le gustaba cerrar un capítulo para después abrir otro. Y el suyo creía ya tener fecha de caducidad. Sin embargo, a veces, el destino hacía de las suyas. Y la verdad, necesitaba un poco de excitación extra. –¿Quién no? –pensó y volvió al ataque.

–Hola “Style” –dijo Sacha recordando, de repente, el apodo que le habían puesto en la universidad.

Ruth dejó el móvil por un momento y sonrió pensando que no iba con ella. Sólo había oído un vago hola… Miró a Sacha y algo se removió dentro de ella, pero volvió al móvil.

–¡Maldito móvil! –pensó Sacha y repitió: –Hola “Style”.

Rachel desde la barra, lo observó. Sacha era un cliente habitual, venía muy a menudo y sabía que era buena persona. Era un hombre muy cabal. No conocía la pequeña relación de la universidad que les unía a Sacha y a Ruth.

Ruth, no sabía si mirarle o no. Sacha volvió a hablarle y un poco irritado ya, por el poco interés que mostraba ésta, le dijo:

–Perdona, ¿no me reconoces?

Ruth le miró con cara de pocos amigos., pero ¿quién se pensaba que era este tío tan impertinente, para insistir tanto?

–Lo siento, ¡estoy ocupada! –le contestó con indiferencia, casi sin mirarle. Solamente quería un rato de soledad.

Estaba cansada y quería tomarse su cerveza tranquila, con sus pensamientos y tampoco quería, ni tenía ganas de enmarañar más de lo que ya tenía su vida. Estaba de mal humor.

Sacha dio la vuelta y se marchó. Esa chica si era “Style”, por Dios, no lograba recordar su nombre, había cambiado mucho. La chica que él recordaba era alegre, graciosa y muy sonriente, siempre y eso que cuando la conoció tuvo muchos problemas personales. Por lo que le habían comentado lo pasó fatal, pero, en esta ocasión parecía huraña. No tenía intención de insistir más. Volvió con sus colegas.

Ruth cogió el botellín de cerveza de la barra y dio un amargo, largo y calmado trago mientras pensaba qué hacer. Estaba confundida y furiosa consigo misma. Quería hablar con aquel hombre de dulce cara y bonita sonrisa y tal vez tener una pequeña aventura… ¿Por qué no?, pero ¿era idiota? Se estaba engañando. No sería capaz ni de decirle hola. Estaba fatal.

No sabía hasta donde podría llegar su límite. Nunca había hecho nada parecido. Jamás había estado tan enfadada como para largarse de casa de aquella manera, e ir a un garito, sola y, hablar con un tipo al que no conocía. Pensó que por seguir el juego a aquel hombre y hablar un rato con él, no pasaría nada, aunque cierto era, que estaba buenísimo y eso podía convertirse en un peligro. Nunca se sabía.

Había estado pensando en que aquella cara le era familiar, no recordaba de qué, sabía que pertenecía a su pasado, pero siempre huía de éste. Y de pronto una mueca de aquel tipo, le hizo rememorar. Le vino a la memoria aquella foto que le había robado en una ocasión. Súbitamente Ruth se sumió en la nostalgia.

Ruth recordó aquella expresión que la provocaba tanto. Y pasaron por su mente una cantidad de imágenes del pasado. Sí, era él, era el chico que la enamoró con sus miradas y después la dejó con el caramelo rozando los labios. Estaba con el pipiolo de su amigo. –¡Mierda! No me acuerdo de su nombre –pensó.

Dejó el botellín sobre la barra, pagó a Rachel la cerveza, cogió el bolso y se levantó del taburete, justo cuando Sacha y sus amigos se dirigían hacia la puerta. Ésta asió por el brazo a Sacha y le dijo:

–Hola.

Él se quedó perplejo, se quedó mirando a aquella mujer sin entender lo más mínimo de su actitud.

Con voz entrecortada, consiguió articular una pregunta que la sorprendió hasta a ella misma.

–¿Tomas una cerveza conmigo? –le preguntó. Sacha titubeó y se puso rojo como un tomate y tartamudeando dijo –Sí. –Fue un sí rotundo, de anhelo, deseo y sorpresa incluso para él mismo, eso era lo que deseaba cuando se acercó a ella. Total, se marchaban ya para su casa. Su chica estaba de viaje, supuestamente trabajando y no sabía cuándo iba a volver, podía ser al día siguiente o en quince días, así que no perdería nada. Salió un momento fuera para decir a sus amigos que se quedaba a tomar otra cerveza, con “Style”. Éstos empezaron a vacilarle mas zafándose de sus risitas volvió dentro.

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